lunes, diciembre 24, 2007

Destino III



Por Walter Monge-Cruz
waltermonge@comisioncivicademocratica.org
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Tendría cuatro o cinco años, no iba a preparatoria todavía, era a principios de la década de los setenta, las calles principales del centro histórico de la ciudad eran iluminadas con bombillos rojos y verdes, así como, colgaban en todos lados los tradicionales ornatos de árboles de navidad y estrellas de David, símbolos del tiempo.


Urgido por la ansiedad de conocer quien era Santa Claus, me soltaba de la mano que me cuidaba, para buscar entre corredizos de mercados y calles comerciales al generoso hombre obeso de barba blanca y traje rojo, que me vigilaba todo el año para comprobar que me había portado bien y así darme el regalo que más deseaba la noche buena.

Santa resultó mucho más audaz que yo en ese juego de “escondelero”, nunca pude encontrarlo. (¡En paréntesis, - by the way!, la palabra correcta es escondedero, mas alguien me dijo que la terminación con “l”, constituye la composición de dos palabra en una frase; siendo la primera “escóndete”, y su terminación, en la segunda palabra, lleva nuestro idiosincrásico modo de referirnos a personas retadas en su masculinidad). ¡En fin! Nunca lo había analizado. Perdón por el paréntesis, pero me ocasionó risa la interpretación de mi amigo.

San Salvador era mi paraíso entonces, en los puestos del mercado Central, buscábamos ya entrada la noche, - cuando las señoras mercaderes preparaban sus puestos para irse a sus casas – los muñequitos de barro con caras chistosas hechos a mano, los cuales pondríamos en el nacimiento bajo el arbolito de navidad.

El arbolito navideño era de ramas plásticas y hojas de papel que se caían constantemente, haciendo que mí pobre madre cada noche se refiriera al arbolito en palabras no tan amables por el extra trabajo de limpieza que ocasionaba.
Nací en el Barrio de Candelaria me dicen, entre las calles y casas de los próceres, mas, en este momento de mi recuerdo de navidad vivía en el pasaje Galán, del barrio de Santa Anita, adonde, ahora recuerdo mis desagradables y quizás demasiado constantes viajes a la peluquería Salmeron, a la vuelta de la esquina.

Obedientemente, siguiendo el consejo preventivo del cincho de mi padre, acudía a la cita con Don Salmeron, para que me pasara la rasuradora y me dejara una imagen francesa clara que detestaba, pero si no me dejaba, además, de que la acción preventiva del cincho pasaría a ser represiva, lo peor era que Santa no me dejaría ningún regalo y eso era muy grave, así que por el tal regalo, me podía dejar hasta que me cortaran el pelo pato bravo.
Sin duda la frase celebre de nuestro inmortal Aniceto Porsisoca, refiriéndose a nuestra “cipotez”, – creo que me acabo de inventar este termino -, se demostraba en toda su lucidez en mi, durante esos días.
Para recibir a Santa durante la noche buena, había que estar muy presentable, bien bañaditos, peinaditos, perfumaditos y con el estreno bien planchadito, también, dispuestos a no dormir esa noche especial, para esperar a que el escurridizo y querido personaje llegase a entregarnos nuestros deseados regalos.

El árbol navideño debía estar muy iluminado, con burros, cabras, vacas, pastores, José, María y el niño Dios en el pesebre. Con esta tradición crecí, y desde entonces, en cada noche nueva, por unas horas todo era especial, toda la familia estaba junta celebrando, nunca hicieron falta los chistes, las bailadas, las canciones inmortales, las payasadas de los borrachos, los cuetes y los regalos de Santa.
No existe nada que pueda cambiar esa alegría que como niños pobres vivimos, mi hermana y yo, junto a nuestros primos y todos los otros amiguitos que poco a poco el tiempo ha borrado de esa existencia.
Esta navidad, treinta y pico de años después, veo la foto que mi amiga Liz Cordero amablemente me envió de ese lugar y aprecio que nada ha cambiado, parece que el pasaje se quedo paralizado en el tiempo y el progreso no ha pasado por allí.

Trato de comprender ¿cómo es posible?, y la respuesta es fácil.

Revueltas políticas y revoluciones en el nombre del pueblo, han sido nada mas un instrumento para obtener poder y mejorar las condiciones de vida de algunos, los beneficios de los triunfos nacionalistas o revolucionarios, aun están lejos de estos lugares.

Al recordar los puestos del mercado, mientras mi madre compraba los burros de barro chistosos, recuerdo como a los pies de esas mujeres había cajas de cartón grandes en las cuales dormían sus bebes o cajas de gaseosas, adonde envueltos en pequeñas sabanas soñaban en el ya disminuido bullicio.

Nadie o nada interrumpía el sueño de esos inocentes, que como yo entonces, no conocía ¿qué era la pobreza?, porque aun viviendo en ella, en nuestras mentes no existía una realidad de la vida, sino solo el amor de nuestros padres y la protección de ellos en cualquier techo o lugar.

Desdichadamente, todavía hoy, esas realidades de pobreza y otras mas dramáticas se viven en las calles de San Salvador, adonde niños duermen en cajas de cartón o en las bancas de los parques o en las aceras, peor que eso, cientos de ellos son abusados y están dependientes de los vicios de la sociedad.

Obrar en beneficio de estos inocentes consiste en cambiar dramáticamente las políticas públicas de nuestra nación, de manera que el progreso no evada por mucho tiempo mas a este sector de la sociedad de donde procedo.

Terminar con la pobreza extrema en la capital de la republica debería ser el primer paso hacia una verdadera acción en beneficio del pueblo, pero sin la voluntad de quienes tienen la capacidad de hacerlo, pasaran treinta años mas y el tiempo seguirá detenido en esos pasajes de la capital.

Estas navidades, son muy diferentes a las que viví hace mas de treinta años, ahora mi hija de cinco años espera con mucha ansiedad a Santa, y ella tuvo mucha mas suerte que yo para encontrarlo, ayer descubrió adonde Santa vive y me llamo para decirme: “Santa vive en el Mall”.

Mis hijos mayores también vivieron esa fantasía y en varias oportunidades pusieron cartas en el correo dirigidas a Santa Claus con destino al Polo Norte.

Increíblemente para ellos, Santa les envió cartas de regreso garantizándoles que tendrían sus juguetes en noche buena. Gracias al servicio de correo de Estados Unidos por dedicar el tiempo y los recursos para contestarle a mis hijos con el nombre de Santa Claus.

Al amanecer de esa noche buena de mi primera navidad me quedé dormido en una silla esperando a Santa, nunca lo pude ver.
Mas el siguiente año me hice el dormido y a pesar de haber actuado super bien, tampoco pude verlo, porque quizás en un momento, por unos segundos, me dormí de verdad y cuando me desperté y medio abrí un ojo, solo pude ver el momento que mis padres ya habían recibido los regalos de parte de Santa y los colocaban debajo del arbolito de navidad.

Olvido ya, cuantos años mas pasaron descubriendo a mis padres ser Santa, pero en esa pobreza, ellos me dieron la mayor felicidad de todas, tenerlos.

Razono en ello y me siento muy afortunado de poder haber vivido ese tiempo, en ese lugar, bajo esas circunstancias y ahora que no les he visto por mas de un año, iré a agradecerles por ese gesto de sacrificio y amor, que ha sido mi mejor regalo de navidad en la vida, en mi destino.