miércoles, marzo 07, 2012

LA CITA



Sergio Ovidio García.
Autor del libro de cuentos "Tierra Negra"

Nos correspondíamos epistolarmente desde hacía como dos años, en lo referente a nuestra actividad común: La filatelía; pero no nos conocíamos personalmente.
Esperaba impaciente, cuando calculaba la fecha, encontrar su carta que siempre me deparaba sorpresas. Y cuando el período se alargaba, cual enamorado, analizaba todos los pormenores con que pudiera haberla ofendido; no encontrando la causa de tan prolongado silencio, me preocupaba...
Con tanto tiempo de escribirnos deseaba conocerla. Me hice grafólogo a mi manera, y estudiando su letra, me había hecho su retrato de cuerpo entero.
Por fin, después de mucho insistir aceptó mi propuesta de encontrarnos un día. Sería en el "Café Napolitano", a las once de la mañana; una hora concurrida para atenuar el desbordar de emociones. Llevaría yo como distintivo corbata cuadriculada, y si acaso se presentara otro igual, la tendría desanudada. A ella le pedí que fuera de blanco, empantalanoda, para resaltar su continente, tal como me la imaginaba; llevaría además gafas verdes, las que se quitaría al no más percibir mi presencia, para acentuar la distinción. Nos esperaríamos cada quien aquel sábado.
Fui el primero en llegar; todavía muchas mesas permanecían desocupadas. A los once y cinco -estaba pendiente de mi reloj- hizo su aparición, siguiendo mis indicaciones. Llegaba tal como me la había imaginado. Entró mirando a todos lados, por último a su reloj. Una mesa estaba sola y hacia allá se dirigió. En lo que el mesero le atendía me escurrí hasta la puerta de entrada. Se dio cuenta de mí, cuando le estaba pidiendo si me permitía ocupar su mesa, ya que era para cuatro. Con cierto mohín me dio su asentamiento. Pedí un café y me dediqué a deleitarlo juntamente con su presencia. La veía impaciente, examinando a cada parroquiano que entraba; su reloj se ha de haber desgastado de tanto mirarlo. Quise entablar conversación con ella, para conocer su voz, pero su estado casi nervioso no me lo permitió. A las once y media después de mirar la hora, dejó el importe de lo consumido y se marchó...Parecía disgustada.
A mi regreso, le escribí disculpándome por no haber acudido a la cita; le mentí con lo de un contratiempo inesperado. Y no podía haberlo hecho de otra manera, habiendo logrado la enorme satisfacción de conocerla, así como la presenté. Tuve la seguridad de que le habría dado una ingrata impresión; por eso no acudí con mi distintivo. Yo un viejecillo casi llegando a los ochenta; que usa gruesos anteojos baratos y además una trompetilla; cómo podría haberla impresionado agradablemente. Y para colmar la medida, las rugosas ciruelas de mis carrillos no me favorecen...¡Y ni escribo, y soy manco...!
A los días el correo me trajo una carta del exterior. Era de ella; estaba aún fuera del país. Me sobresalté vanidosamente al imaginar que mi incumplimiento había originado aquel viaje. Entre otras cosas...se disculpaba por no haber podido acudir a la cita, y no avisarme: había salido intempestivamente el viernes...