domingo, enero 10, 2010

Del silencio, la poesía y otras divagaciones



Francisco Pinzón-Bedoya

"La poesía es aquel agudo silencio
que por fin se torna en palabra".

Margarita Carrera

“1251
El silencio es todo lo que nosotros tenemos
En una voz hay redención
Pero el silencio es infinidad
El mismo no tiene rostro”

Emily Dickinson

Los minutos de silencio se estila realizarlos en honor a alguien que ha muerto. Tal vez en una instancia distinta hay otros minutos de silencio que nosotros llenamos de ruido, de bulla, de cacofonías y de intranquilidad, esos que deben ser dedicados a oírse, a saberse, a conocerse, a vivirse. Es posible que el alma no pueda ser en medio del barullo. Es probable que por eso muchas personas no quieran aquietarse. No se sabe qué cosas se oirían si fueran a su propio minuto de silencio, a ese espacio en que se puede y debe hablar de quien se homenajea. ¡Cuántas sorpresas! Las conversaciones con el todo de lo que somos, de la vida que llevamos, de las esperanzas que se mueren y nacen a diario, raras veces las tenemos. Podrían ser un diálogo trunco o uno enriquecedor, depende de qué tanto queramos oír de nosotros mismos. Sin embargo, siempre tendremos esa oportunidad de decirnos lo que la falta de silencio no permite, siempre habrá ese lugar en el estar, pero... ¿se le hace caso? ¿Se le aprovecha? Puede ser, pero lo más seguro es que no gusten las respuestas, y que se descarten porque no es lo que se quiere oír, y menos de quien más nos conoce, a quien no le podemos mentir: ese yo testigo de lo que somos que se manifiesta en lo que hacemos. hasta aquí, todo este cúmulo de entreveros sólo para decir que en el ámbito en que moramos los poetas es un poco el silencio ese sustrato nutritivo sobre el que en estas letras quiero divagar.

Existe de forma abundante y evidente, entonces, la libertad de NO estar en silencio, de mantener siempre y por siempre el ser lleno de sonidos inaudibles y de lograr —por desidia o por aceptación vegetativa— que siga siendo así “ever 4 ever”. Debe estar consagrado como un derecho en las constituciones de todos los países, porque se da y a todos nos parece normal. Si ello es así, ¿qué falta para que el entendimiento de esa máxima (que no sabemos de quién es) se cumpla?: “El silencio tiene en sí la sabiduría del cosmos”. Falta todo, falta mucho, falta crecer, falta la capacidad de decidir ser un ser único e irrepetible. Es un pensamiento por demás contrario al status quo, porque proclama la individualidad y aliena o invita a hacer desaparecer “la masa”, es decir se invita a pensar desde lo individual, y tal vez ello es peligrosamente contestatario.

Así como al lector le caben los derechos de no leer, saltarse páginas, de no terminar un libro, de releer, de leer cualquier cosa, de tener bovarismo,1 de leer en cualquier parte, de picotear de texto en texto, de leer en voz alta y hasta de callarse, entre otros, creo que a todas las personas pertenecen algunos otros derechos, como hacer silencio, no estar en silencio, mantenerse fuera del silencio, cambiar del silencio al ruido y viceversa sin tiempos ni espacios, y en concordancia con el leer, callar; entonces ello permite explicar el porqué se tiene casi siempre alrededor, en esta Colombia tropical, un ambiente de cero silencio de una manera omnipresente, como Dios, como algo supremo y hasta sublime sin que nadie reclame el porqué existe como el aire por donde circulan ondas acústicas de marca mayor.

Ese ruido perenne tiene otros aliados, disfrazados por permisos sociales: el alcohol, la rumba, la tecnología y hasta otros más íntimos e insanos aditamentos, llamados iPod, televisión o Internet, que usamos lenguarazmente y hasta nos da símbolos de status que nos creemos y tal vez por ello consumimos. Resalto un género en especial, como ejemplo, que no acalla su voz ni la voz del ambiente: la vía telefónica. Allí se comparte lo que en presencia no se hace, los chismes y las consejas a la orden del día, con visos de comunicación, sin los cuales esa industria floreciente no existiría. Vuela de oído en oído lo que ocurre, no ocurre y puede llegar a ocurrir, de propios y extraños, de conocidos, desconocidos y por conocer. Se da contexto a imaginarios que son los imaginarios de otros y se confunden con los nuestros, y se forma una amalgama que lo llena todo y no permite nada más, que nos hace “masa”, que nos iguala y que nos quita lo más preciado: nuestra individualidad, esa forma apabullante de destruir la biodiversidad la llevamos dentro, sin percibirla apenas, sin conciencia de que está haciendo lo que está haciendo, y dejando apenas espacio para “vegetar”. No sabemos cuánto de lo que se comparte por este medio es realmente básico para la subsistencia de la sociedad que la construye, pero a mi parecer debe ser poco. ¿Pero entonces, dónde está esa posibilidad del ejercicio del derecho a estar y a tener silencio, a vivir en silencio, en el silencio si se quiere? No lo sé. Como colectivo, ¿dónde está la búsqueda de una identidad en medio del barullo, del bullicio permanente?

¿Cómo podremos entonces trascender (como sinónimo de “ir más allá de”) si no obtenemos algunos espacios de silencio para poder escuchar lo que nuestra alma nos quiere decir o eso que está en nosotros y que tiene las respuestas? ¿De cuánto del valor hermosamente único y personal nos estamos perdiendo por estar en medio de nosotros la bulla, el espanto de la luz y la sonoridad? Tal vez nos estamos perdiendo del acceder a estados de creación desconocidos y a dejar florecer el SER (con mayúsculas) en sus manifestaciones tan infinitas como personas se lo permitan. Es probable que del silencio, del dar y disponer de ese ambiente para escuchar la voz hermosa que todos llevamos dentro, aparezca esa fuente que permita suplir esa necesidad de crear desde lo que somos y no desde lo que copiamos, desde nuestra unicidad. De construir identidad, de hacer nuestro propio nido, de ser nosotros mismos.

No se está hablando ni descubriendo algo nuevo. Milenarias culturas han preconizado el silencio como instrumento, como estado, como medio. La meditación es un ejemplo, una vía hacia lo que se ha llamado la espiritualidad, la iluminación. El efecto Mozart no es más que una belleza que ya alguien muy grande nos legó, que genera un espacio para que el pensamiento y el sentir tengan un orden en medio del caos, con un aditamento que es la misma “voz” del músico, esa voz que rebusca lo bueno que tenemos en el fondo del alma. Esa búsqueda del silencio interior es como el santo grial de muchas religiones y culturas, de muchas de las letras y emociones. No somos capaces de sobreponernos a la luz y por ello admiramos a los ciegos, y ni siquiera los entendemos y en el mejor de los casos, nos maravillamos de sus logros porque en nosotros también hay el ruido lumínico. Una de las formas de moderar y hasta intentar aliviarse de una gran jaqueca es aislándonos y cerrando ojos y oídos, por algo que sabemos que está dentro y se debe buscar, tal vez aquí acicateados por la necesidad de alejar el malestar, el dolor, y todo lo que ese mal contiene.

El budismo, el hinduismo, el islamismo, por sólo citar algunas culturas (por no decir religiones) promueven la búsqueda del silencio interior, como ese El Dorado donde está la belleza, el arte, el santo grial, la sublimación de lo que el ser humano es. Ese aislamiento en que se imbuyen2 artistas, políticos, estudiantes, poetas, profesores, etc., es creativo, es definitorio de directrices y disruptivo3 de “realidades”, que tal vez permite dejar atrás cargas o esquemas preconcebidos que no dejan avanzar o, al menos, cambiar para crear nuevas formas no sé si de lo mismo pero, en fin, base del manido verbo que todos sabemos qué es pero que no sabemos cómo lograrlo: innovar. La Iglesia Católica tiene episodios en que proclama los votos de silencio como un espacio de expiación y reflexión: reflejar en la conciencia lo que somos, ¡oh!, ¡difícil tarea! La oración genera, a mi parecer, un estado de uniformización del sonido interno en el que, bajo algún mecanismo de corrección de ruido, aparece la ausencia de él, es decir, es una especie de aislante del medio externo.4 Tal vez por eso es que increíblemente la primera forma en que se nos enseña a meditar o a rezar incluye cerrar los ojos, dando paso al aislamiento de la luz que es tan invasiva y permea todo lo que somos. “No busques las soluciones afuera, están dentro”, dicen de esta y de mil maneras parecidas quienes nos quieren ayudar. Falta un espacio “vacío” que sólo nos lo permite el estar callados. Un indagar de medios nos puede llevar a la filosofía zen (“satori”), a esa manera de encontrarnos con el ese sabio yo interior, por solamente poner un ejemplo.5

Quizás la imaginación es hija del silencio, pero sabemos también que quizás esta afirmación la hagamos quienes pertenecemos a una generación distinta a la actual cuyas capacidades creo que están poco estudiadas, y lo peor, poco entendidas. Un adolescente tiene un montón de capacidades que ni siquiera él mismo sabe, y por ende mucho menos explota y explora. Están diseñados desde su nacimiento en ambientes multitarea, con cerebros que hablan en medio de la abstracción más absoluta, sólo que ese estado es permanente, es su estado. Sobre ellos, otros más avanzados que yo habrán de concluir sobre su devenir.

Este silencio es difícil de lograr, sólo que uno más profundo como el aquí esbozado, ese tomar conciencia de lo que somos y sentimos, es aun más difícil de encontrar. Me refiero a ese en donde acallamos desde la propia voz para luego dejarla salir cuando sea oportuno, hasta esos pensamientos caóticos en que mantenemos la mente en un estado casi febril, caótico si se quiere, no porque sean desordenados sino porque no los comprendemos. Tal vez al hacerlo lleguemos a escuchar esa voz de “lo otro”, “de los otros”, de la naturaleza, de la sentenciosa voz que dice lo que son las cosas y no lo que creemos que son. Hablará esa voz a través de alguien y la podrá poner en versos o en música, tal vez. Como ejemplos: hablará esa voz al corazón del desamor, del verdadero desamor, y no de las calenturientas disculpas y explicaciones que nos damos ante la innegable existencia de su no presencia diaria y que como campana abraza y tintinea; hablará esa voz a nosotros de lo inseguros que somos y de lo que ocultamos ante el mundo; hablará esa voz a la hombría o a la feminidad de lo mucho que se extraña la piel y sus susurros, y de los engaños que se urden para camuflar las distintas formas de ausencia. Tenemos en lo profundo de nosotros una voz excusa, una voz justificante de todo lo que hacemos, incluso de aquello que a otros censuramos. Tenemos dentro un diablillo que nos miente y, si lo miramos como si fuera otro, hasta decimos que nada tiene que ver con nosotros sino que es él quien decide autónomamente, sin siquiera atrevernos a confesar que es ese alter ego a quien le concedemos licencias de ser lo que no somos. Y si ello, al ir leyendo hasta aquí suena a repetición de lo mismo, podríamos recordar en lo que la técnica del sicoanálisis proporciona: un espacio para invocar como ayuda a ese yo —inconsciente muchas veces— que nos define, para conversar con él, para poder llegar a poner en consonancia lo que sentimos con lo que pensamos, y esto con lo que hacemos. Coherencia es la búsqueda y el tesoro.

Si entendemos el escribir poesía como literatura, siendo ésta una manifestación del arte, es este hacer un suceso producto de la necesidad de comunicar belleza y sentir que viven sus versos cuando otro se los apropia. Es dentro de este contexto del apalabramiento cuando aparece el silencio con sus mil facetas, lo que deseo abordar en este escrito, es decir del silencio en la poesía. Como lo dice Roberto Juarroz,6 el poeta se ciñe a una búsqueda interior que le permita “responder-se”. Es probable que en el poeta siempre haya una búsqueda de versos que digan lo que su ser interno le ordena, imagina y hasta es, pero para ello debe escucharse desde y con el silencio. Muchas veces hemos leído de poetas que dicen que al escribir “hay una voz que los posee y a través de ellos, escribe”, tal vez esa voz sea ese otro yo que escucha y dicta, y pone a su servicio la motricidad del ser que todos ven.

Se me viene a la mente ese poema de Neruda (“Pido silencio”): “Pero porque pido silencio / no crean que voy a morirme: / me pasa todo lo contrario: / sucede que voy a vivirme”. Para el poeta el silencio es símbolo de vida, pero no de la vida que se muestra sino de una que él vive interna e intensamente: “...voy a vivirme”, dice el bardo en su exigencia de estar solo, de estar con su canto propio, sólo quiere cinco cosas para terminar con un casi “déjenme solo” (“Y sólo quiero cinco cosas, / cinco raíces preferidas”), Neruda equipara tener silencio al amor, a una fruta jugosa, a su Matilde, a su naturaleza primaria —lluvia y fuego, a tenerlas porque las concreta en poemas, en versos, en la alegría de escribirlos. Una muestra que nos legó el bardo sobre las bondades del silencio, que libo y acojo como el más dulce de los manjares.

Alejo Carpentier nos regala una frase hermosa para ilustrar este texto: “Silencio es palabra de mi vocabulario”, como diciendo que se puede tener algo qué decir con sólo callar. García Lorca le encontró formas y decires en su poema “El silencio” de su Cante Jondo: “Oye, hijo mío, el silencio. / Es un silencio ondulado, / un silencio, / donde resbalan valles y ecos / y que inclina las frentes / hacia el suelo”, tal vez sabiendo que en él está el poema inmerso, o al menos su origen.

No existirían las palabras si no se pudieran contrastar con la inexistencia de ellas, es decir, con esa forma de silencio, por ello el poeta no sólo expresa con lo que dice sino con lo que su silencio expresa. Una buena ayuda al escribir son los puntos suspensivos, unos que obligan a tener un pequeño silencio “decidor” de tonos y pesares, de suspiros y llantos, o hasta de susurros de viento marino. Jorge Eduardo Eielson nos ilustra este tema con: “La poesía se sirve de las palabras para hacerse comunicable. Ellas son un medio de expresión, no la expresión misma. Mucho menos la poesía misma. Superado el medio de las palabras, la poesía reina ilimitada y se confunde con la esencia de las cosas. La poesía, por lo demás, puede prescindir de las palabras (pintura, escultura, música, danza, religión, magia)”; nos da a saber que para la poesía, las palabras son sólo un medio, son sólo aquello que el poeta usa para manifestar su existencia, siendo a la vez el poeta un medio más, pues la poesía existe con o sin el poeta, con o sin las palabras, es “la esencia de las cosas”. Bella forma de decir sobre lo que la poesía puede ser. Se implica en estas afirmaciones la existencia del silencio para que existan las palabras, para que la palabra justifique la existencia de la poesía.

Un poco dentro de este contexto, Susan Sontag en La estética del silencio nos dice: “El silencio es el supremo gesto ultraterreno del artista: mediante el silencio, se emancipa de la sujeción servil al mundo, que se presenta como mecenas, cliente, consumidor, antagonista, árbitro y deformador de su obra”, como una manera de decir que, sólo en la medida en que su obra sea capaz de verla exenta de algo que decir de ella, la obra es, el poema existe sin que se diga nada sobre él, el óleo es bello sin que haya alguien que diga algo de él, él existe ya en la admiración pura de quien lo contempla. Es una forma sublime de tasar el arte no por lo que se dice de él sino por lo que no se dice, por lo que de él percibe quien lo toma y lo hace suyo.

Hay poetas como Rafael Cadenas,7 de quien se ha dicho que “el tono, la cadencia, las pautas, los activos de silencio de la prosa de Cadenas son ellos mismos trasunto de aquello a lo que aspira y de aquello que se propone”, en un alusión clara a que el reposo y la reflexión dentro de lo que se escribe es tan parte de lo que se quiere decir como los espacios en que se invita al lector a pensar sobre ello, y hay quien lo logra.

En fin, sobre este tema mucho se ha escrito, mucha tinta se ha depositado en todos los tonos. Rescato algunos aportes que otros ya hicieron.8 “El silencio no puede ser concebido como el mero acto de renunciar a hablar. Menos aun bajo la idea de dejar de comunicar, este punto en particular debe quedar completamente descartado. // Stéphane Mallarmé (1842-1898) demostró inquietud por establecer una poética del silencio que, a la vez, deriva en un lenguaje del silencio. Este silencio pretende realizar una verdadera intervención quirúrgica a lo semántico y desligarse de las palabras para reformular el acto de comunicación, ahora a nivel simbólico. // De esta manera el silencio no interrumpe la situación comunicativa, ni altera sus códigos. Es, así, un complemento de lo que se dice y no una oposición”. Es la forma espléndida ya dicha de saber cuándo poetizar... y cuándo callar para que se oiga el poema. Es una metáfora llena de significado. Como diría Octavio Paz: “Oír los pensamientos, ver lo que decimos / tocar / el cuerpo de la idea”, o como Clemencia Sánchez dijo frente a miles de escuchas:9 “La poesía es leer en el aire la caligrafía de lo invisible”.

Me parece aquí que vale la pena “llover sobre mojado”: nada más hermoso que llegar al poema y decir sólo lo que queremos decir, sin más ni menos, con lo preciso, sin ser rimbombante. Lo he empezado a aprender mientras lo practico y admiro, al cabo de muchos años de estar escribiendo poesía, y créanme, hay una belleza oculta en lo que las palabras no dicen pero insinúan porque el poeta confía en la inteligencia del lector, de ese ser que gusta de la poesía, de ese ser que por escaso ya es especial, de esa persona que se detiene a disfrutar la belleza en una minúscula metáfora o hasta cuando, atrevido, busca la belleza y la encuentra en las agobiantes y hasta angustiosas dicciones poéticas de genios como Borges o De Greiff.

En fin, es la poesía “un arma cargada de futuro”,10 y por qué no de silencio... es “aquel agudo silencio / que por fin se torna en palabra”... es “todo lo que nosotros tenemos”,11 y por ser así: ¡disfrutémosla y llenemos el alma propia del alma de otros al leerla como perpetuadores de una especie escasa! Esa es mi invitación.



Notas


1. “A grandes rasgos, el bovarismo es esa satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones: la imaginación se inflama, los nervios vibran, el corazón se acelera, la adrenalina salta, la identificación opera en todas direcciones, y el cerebro se confunde —por un momento— al gato de lo cotidiano con lo libre de lo novelesco”. Tomado de “Los derechos imprescindibles del lector”, de Daniel Penac.

2. imbuir (del lat. imbuire). 1. tr. Infundir, persuadir.

3. disruptivo, va (del ingl. disruptive). 1. adj. Fís. Que produce ruptura brusca.

4. “Recordemos también que el verdadero silencio, el silencio que se aconseja en el cristianismo, tiene la finalidad de callarnos externa e internamente para poder escuchar a Dios a través de la conciencia”. “Nueva era y cristianismo”, Catholic.net.

5. Como dice un poema zen: “Sentado tranquilo, haciendo nada, / La primavera llega, y el pasto crece por sí solo”.

6. “Es por ello que el poeta se ciñe a esta búsqueda interior de un silencio que le responda o, lo potencie a responder; a responder por, con, y, a pesar del “otro”; esa búsqueda del silencio que lo lleve a responder-se”. Hablando de Roberto Juarroz en su obra Poesía y realidad, Pretextos, 2000.

7. En torno al lenguaje. Ensayo-reflexión de Rafael Cadenas. Comentado y ampliado el 8 de noviembre de 2007 por Victoria de Stefano.

8. Ensayo sobre silencio y literatura. Daniel Hidalgo U.

9. Poetisa colombiana, de Itagüí, Antioquia, participante en el XVI Festival Internacional de Poesía de Medellín en 2006.

10. Gabriel Celaya, de Cantos íberos, 1955.

11. Ver epígrafes.


Francisco Pinzón-Bedoya
Poeta colombiano (Líbano, Tolima, 1956). Es docente universitario. Ha publicado el poemario Encuentro (1999). Textos suyos han aparecido en publicaciones digitales como Poesía en español y Almiar - Margen Cero.

Fuente: http://www.letralia.com/224/articulo08.htm


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