La buena prosa
Álvaro Rivera Larios
cartas@elfaro.net
Publicada el 02 de abril - El Faro
A mis compañeros del taller de redacción.
La buena prosa le debe mucho al talento, pero más le debe al esfuerzo de quien la escribe. A veces, la desigual calidad que hay en dos textos se reduce a las distintas horas de trabajo cuidadoso que tienen detrás. No lo voy a discutir: un mínimo don hace falta, pero si no hay un aprendizaje previo que contemple la asimilación de la gramática y el laborioso forcejeo con los problemas del estilo, difícilmente se podrá dar con las palabras acertadas.
Si pudiese, reharía todos los artículos que he publicado en esta sección. Ni siquiera el último me satisface, por diferentes motivos: porque no puse una coma, porque tal oración tiene un problema de concordancia, porque olvidé poner una tilde; en resumen, porque pude escribirlo mejor.
Pero no me atribuyan un estilismo superficial ni juzguen los problemas del estilo como un asunto accesorio. Una coma mal puesta puede alterar el significado de una oración; una oración compleja mal hilvanada es posible que sea confusa.
Habitualmente, dividimos el texto en dos planos: aquí, el tema; allá, el lenguaje con que se expone. Las ideas tienen sus propias reglas de baile y el lenguaje se rige por otras. El buen argumento puede sobrevivir a una redacción deficiente, pero también es cierto que algunas ideas naufragan por culpa de una coma, un error sintáctico o una palabra errada.
El cuidado formal que damos a un escrito, lo beneficia en un doble sentido: le otorga rigor (se somete a unos criterios tanto gramaticales como lógicos) y elegancia (las ideas se exponen con un ritmo y una fluidez que no fatigan a los lectores).
En el reino de la palabra escrita las apariencias sí que importan. Y aquí no hablo sólo de ese espacio, la literatura, donde se da por sentado que el lenguaje tiene la obligación de mostrar todas sus galas. En cualquier escrito, por muy humilde que sea, late una vaga noción de que el “mensaje” también es forma.
Un argumento mal escrito no persuade. Es probable que un argumento mal escrito sea un mal argumento. Porque la buena prosa nace del cuidado de sí misma, del trabajo consciente y continuo en el arte de encajar las palabras en su sintaxis debida; nace del esfuerzo por ordenar las ideas en el argumento adecuado, de la búsqueda de la difícil convergencia entre el sentido y la gracia. El ritmo de una estructura, la del lenguaje, debe coincidir felizmente con los rigores del pensamiento. Porque el pensamiento, solo, rara vez seduce y la elegancia sin concepto resulta vacía.
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