jueves, diciembre 21, 2006

El Asco. Thomas Bernhard en San Salvador

De: Horacio Castellanos Moya
Fragmento (inicio)


Suerte que viniste, Moya, tenía mis dudas que vinieras, porque este lugar no le gusta a mucha gente en esta ciudad, hay gente a la que no le gusta para nada este lugar, Moya, por eso no estaba seguro si vos ibas a venir, me dijo Vega. A mí me encanta venir al final de la tarde, sentarme aquí en el patio, a beber un par de whiskis, tranquilamente, escuchando la música que le pido a Tolín, me dijo Vega, no sentarme en la barra, allá adentro, mucho calor en la barra, mucho calor allá adentro, es mejor aquí en el patio, con un trago y el jazz que pone Tolín. Es el único lugar donde me siento bien en este país, el único lugar decente, las demás cervecerías son una inmundicia, abominables, llenas de tipos que beben cerveza hasta reventar, no lo puedo entender, Moya, no puedo entender cómo esta raza bebe esa cochinada de cerveza con tanta ansiedad, me dijo Vega, una cerveza cochina, para animales, que sólo produce diarrea, es lo que bebe la gente aquí, y lo peor es que se siente orgullosa de beber una cochinada, son capaces de matarte si les decís que lo que están bebiendo es una cochinada, agua sucia, no cerveza, en ningún lugar del mundo eso sería considerado como cerveza, Moya, vos lo sabés como yo, ése es un líquido asqueroso, sólo lo pueden beber con tal pasión por ignorancia, me dijo Vega, son tan ignorantes que beben esa cochinada con orgullo, y no con cualquier orgullo, sino con orgullo de nacionalidad, con orgullo de que están bebiendo la mejor cerveza del mundo, porque la Pílsener salvadoreña es la mejor cerveza del mundo, no una cochinada que únicamente produce diarrea como pensaría cualquier persona en su sano juicio, sino la mejor cerveza del mundo, porque esa es la primera y principal característica de los pueblos ignorantes, consideran que su miasma es la mejor del mundo, son capaces de matarte si les negás que su miasma, que su mugrosa cerveza diarreica, es la mejor del mundo, me dijo Vega. Me gusta este lugar, no se parece en nada a esa mugre de cervecerías donde venden esa cochinada de cerveza que aquí se bebe con tanta pasión, Moya, este lugar tiene su propia personalidad, una decoración para gente mínimamente sensible, aunque se llame La Lumbre, aunque en la noche sea horroroso, insoportable por la bulla de esos grupos de rock, por el ruido de esos grupos de rock, por la perversión de molestar al prójimo que tienen esos grupos de rock. Pero a esta hora de la tarde este bar me gusta, Moya, es el único sitio al que puedo venir, donde nadie me molesta, donde nadie se mete conmigo, me dijo Vega. Por eso te cité aquí, Moya, La Lumbre es el único lugar de San Salvador donde puedo beber, y un par de horas nada más, entre cinco y siete de la tarde, tan sólo un par de horas, después de las siete este sitio resulta insoportable, el lugar más insoportable que pueda existir por el ruido de los grupos de rock, tan insoportable como las cervecerías llenas de tipos que beben con orgullo su cerveza sucia, me dijo Vega, pero ahora podemos hablar con tranquilidad, entre cinco y siete no nos molestarán. He venido a este lugar ininterrumpidamente desde hace una semana, Moya, desde que lo descubrí vengo todos los días a La Lumbre, entre cinco y siete de la tarde, y por eso decidí verte aquí, tengo que platicar con vos antes de irme, tengo que decirte lo que pienso de toda esta inmundicia, no hay otra persona a la que le pueda contar mis impresiones, las ideas horribles que he tenido estando aquí, me dijo Vega. Desde que te vi en el velorio de mi mamá, me dije: Moya es el único con el que voy a hablar, nadie más de mis compañeros de colegio apareció por la funeraria, nadie más se acordó de mí, ninguno de los que se decían mis amigos apareció cuando mi vieja se murió, sólo vos, Moya, pero quizás haya sido mejor, porque en realidad ninguno de mis compañeros de colegio fue mi amigo, ninguno volvió a verme luego que acabamos el colegio, mejor que no hayan aparecido, mejor que al velorio de mi mamá no haya llegado ninguno de mis excompañeros, excepto vos, Moya, porque odio los velorios, odio tener que estar recibiendo condolencias, no hallo qué decir, me molestan esos desconocidos que llegan a abrazarte y se sienten como tus íntimos nada más porque tu madre ha muerto, mejor que no hayan llegado, odio tener que ser simpático con gente a la que no conozco, y la mayoría de quienes llegan a darte el pésame, la mayoría de los que asisten a los velorios, son personas a las que no conocés, a las que jamás volverás a ver en tu vida, Moya, pero tenés que hacerles buena cara, cara de compunción y agradecimiento, cara de que en realidad agradecés que esos desconocidos vayan al velorio de tu madre a darte sus condolencias, como si en esos momentos lo que vos más necesitaras es estar siendo simpático con desconocidos, me dijo Vega. Y cuando vos llegaste, pensé qué buena onda que Moya haya venido, y mejor incluso que se haya ido tan pronto, gracias a Moya, a que se ha ido tan pronto, pensé, no tengo que estar atendiendo a excompañeros de colegio, me dijo Vega, no tuve que estar siendo simpático con nadie, porque en el velorio de mi madre apenas estuvimos mi hermano Ivo y su familia, una docena de conocidos de ella y de él (de mi hermano) y yo, el hijo mayor, el que tuvo que venir apresuradamente de Montreal, el que nunca esperaba regresar a esta mugre de ciudad, me dijo Vega. Nuestros excompañeros de colegio han de ser de lo peor, un verdadero asco, qué suerte que no me encomie a ninguno, aparte de vos, por supuesto, Moya, no tenemos nada en común, no puede haber una sola cosa que me una a alguno de ellos. Nosotros somos la excepción, nadie puede mantener su lucidez después de haber estudiado once años con los hermanos maristas, nadie puede convertirse en una persona mínimamente pensante después de estar bajo la educación de los hermanos maristas, haber estudiado con los hermanos maristas es lo peor que me pudo haber sucedido en la vida, Moya, haber estudiado bajo las órdenes de esos gordos homosexuales ha sido mi peor vergüenza, nada tan estúpido como haberse graduado en el Liceo Salvadoreño, en el colegio privado de los hermanos maristas en San Salvador, en el mejor y más prestigioso colegio de los hermanos maristas en El Salvador, nada tan abyecto como que los maristas le hayan moldeado el espíritu a uno durante once años, ¿te parece poco, Moya? Once años escuchando estupideces, obedeciendo estupideces, tragando estupideces, repitiendo estupideces, me dijo Vega. Once años respondiendo sí hermano Pedro, sí hermano Beto, sí hermano Heliodoro, la más asquerosa escuela para la sumisión del espíritu, en ésa estuvimos, Moya, por eso no me importa que ninguno de los sujetos que fueron nuestros compañeros en el Liceo haya llegado al velorio de mi madre, fueron once años de domesticación del espíritu, once años de miseria espiritual que no quería recordar, once años de castración espiritual, cualquiera de ellos que hubiera llegado sólo hubiera servido para que yo rememorara los peores años de mi vida, me dijo Vega. Pero pedí un trago, por estar con mi perorata ni me había fijado, tomate un whisky conmigo, llamemos a Tolin, el barman, el discjockey, el milusos a esta hora, un tipo buena gente, alguien a quien le agradezco que haya hecho mínimamente placentera mi estadía en este horrible país. Me da alegría platicar con vos, Moya, aunque también hayás estudiado en el Liceo como yo, aunque tengás la misma inmundicia en el alma que me metieron los hermanos maristas durante esos once años, me siento contento de haberte encontrado, un exestudiante marista que no participa del cretinismo generalizado, eso sos vos, Moya, igual que yo, me dijo Vega. Yo tenía dieciocho años de no regresar al país, dieciocho años en que no me hacía falta nada de esto, porque yo me fui precisamente huyendo de este país, me parecía la cosa más cruel e inhumana que habiendo tantos lugares en el planeta a mí me haya tocado nacer en este sitio, nunca pude aceptar que habiendo centenares de países a mí me tocara nacer en el peor de todos, en el más estúpido, en el más criminal, nunca pude aceptarlo, Moya, por eso me fui a Montreal, mucho antes de que comenzara la guerra, no me fui como exiliado, ni buscando mejores condiciones económicas, me fui porque nunca acepté la broma macabra del destino que me hizo nacer en estas tierras, me dijo Vega. Después llegaron a Montreal miles de tipos siniestros y estúpidos nacidos también en este país, llegaron huyendo de la guerra, buscando mejores condiciones económicas, pero yo estaba allá desde mucho antes, Moya, porque a mí no me corrió la guerra, ni la pobreza, yo no me fui huyendo por la política, sino que simplemente nunca acepté que tuviera el mínimo valor esa estupidez de ser salvadoreño, Moya, siempre me pareció la peor tontería creer que tenía algún sentido el hecho de ser salvadoreño, por eso me fui, me dijo Vega, y no me metí ni ayudé a ninguno de esos tipos que se decían mis compatriotas, yo no tenía nada que ver con ellos, yo no quería recordar nada de esta mugrosa tierra, yo me fui precisamente para no tener nada que ver con ellos, por eso los evité siempre, me parecían una peste, con sus comités de solidaridad y todas esas estupideces. Nunca pensé volver, Moya, siempre me pareció la peor pesadilla tener que regresar a San Salvador siempre temí que hubiera un momento en que tuviera que regresar a este país, y lo evité a como diera lugar, lo evité a toda costa, siempre fue la peor pesadilla la posibilidad de regresar a este país y no poder salir nuevamente, te lo juro, Moya, esa pesadilla no me dejó dormir durante años, hasta que saqué mi pasaporte canadiense, hasta que me convertí en ciudadano canadiense, hasta entonces esa horrible pesadilla no dejó de fastidiarme, me dijo Vega.


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