UNA NOCHE EN EL CEMENTERIO
Vanessa Elizabeth Aragón
Taller literario "Los Poetas del 5"
Casa de la Cultura de Soyapango.
Les voy a contar una aventura de la más terrorífica que me ha ocurrido en la vida. Todo empezó una tarde de viernes de mis vacaciones pasadas, podría decir la tarde más aburrida de mi vida. Todos los días, salía a jugar con mis amigos y amigas fútbol a la cancha de la colonia donde resido, pero fue ese viernes que otros muchachos ya estaban ocupando la cancha. Bueno, mis amistades y yo nos quedamos decepcionados. Nos sentamos a pensar que podíamos hacer esa tarde. Pensamos, pensamos y...pensamos, hasta que al fin, mi querido amigo Gerardo, "rompió el hielo" y nos propuso un reto. Él, nos explicó que teníamos que hacer un grupo de niñas y otro grupo de niños e irnos a meter al cementerio pasada las seis de la tarde.
Aquél o aquélla que se quedara más tiempo dentro del cementerio ganaba. Bueno, aceptamos y fuimos al cementerio a pedirle permiso al señor que cuida y nos lo concedió. Dieron la seis de la tarde y entramos al cementerio. El celaje paulatinamente comenzó a enlutarse. El silencio de aquel lugar era roto por el canto de los grillos y de algún perro vagabundo que ladraba a lo lejos. Todo era quietud en justo homenaje a los difuntos que reposan. Sin embargo, el cementerio que está en la colonia Guadalupe, siempre ha sido conocido en mi pasaje por sucesos raros que ocurren en las noches. Desde "lloronas de medianoche" hasta "decapitados" que pasean por el camposanto.
Nosotros(as), teniendo en cuenta esos cuentos e historietas del cementerio, nos hicimos los(as) valientes y nos quedamos ahí. Los niños por un lado y la niñas por el otro. Cada grupo en diferentes costados. Dieron las ocho de la noche y de verdad de que el ambiente parecía un poco tétrico, la luna llena nos vigilaba junto a un montón de nubes, empezaron a llegar murciélagos y comenzamos a escuchar cada vez más cerca el canto de la aurora. De pronto, una leve llovizna con un sutil viento. Llegaron las nueve de la noche, nosotras todavía ahí, ellos también. Dejó de "pringar", pero el viento cada vez más arremetía contra los árboles. Escuchamos el canto de la aurora más fuerte. Dieron las nueve con treinta minutos, notamos que mis amigos Gerardo, César y Fernando, ya no estaban. Los empezamos a buscar desesperadas. Al no encontrarlos, Karla, Yeni y yo, corrimos a la salida del cementerio, pero cuando llegamos, estaba cerrado con llave y candado y no podíamos salir. Entonces, empezamos a gritar de lo asustadas que estábamos, pidiendo auxilio. En eso, llegan mis amigos, riéndose a los "cuatro vientos" por vernos a nosotras desesperadas. Abrieron la puerta y nos dijeron que le habían pedido las llaves al señor que cuida, sin que nosotras nos diéramos cuenta para hacernos la broma. Enojadísimas, nos peleamos con ellos, les dejamos de hablar por un tiempo, y al final nos llegaron pidiendo que les perdonáramos y nos prometieron no volvernos a mentir.
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