miércoles, noviembre 30, 2011

El legado de los mártires de la UCA


Autor: Luis Armando González.

Recién se celebró el XXII Aniversario del asesinato de Ignacio Ellacuría, Amando López, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno y Joaquín López, así como el de Elba y Celina Maricet Ramos, sus dos colaboradoras. Aun a riesgo de repetir lo que otros han dicho a lo largo de 22 años –y lo que yo mismo he dicho y escrito en más de una ocasión—, esta reflexión quiere recoger mi meditación particular, con la intención expresa de rendir un homenaje a quienes, pese a los años transcurridos, siguen vivos en la memoria.


Dicho sin más, el legado de los jesuitas asesinados tiene una triple dimensión: una dimensión académica; una dimensión cultural-simbólica; y una dimensión ético-moral.
I. Su legado académico. El talante académico de los mártires de la UCA está fuera de discusión. No se trataba, obviamente, de un amor a los títulos académicos o de un afán de destacar y de ser reconocidos por los demás –los ignorantes— como gente de saber. Es decir, no se trataba de poses o de alardes, sino de algo más fundamental y, por tanto, ajeno al alarde y a la pose: se trataba, en primer lugar, de saber bien y de pensar con rigor y disciplina. En segundo lugar, de saber y pensar con compromiso, es decir, de saber y pensar para incidir en la realidad no de cualquier manera, sino de una forma que ese saber y ese pensar contribuyeran a crear una sociedad más humana, justa y solidaria. En tercer lugar, de saber y pensar críticamente, lo cual quería decir no sólo atender a las raíces de los problemas o estar vigilantes a los desmanes del poder económico, político o religioso, sino de tener una mirada de conjunto de los procesos, con la convicción de que lo particular o individual está inserto en dinamismos estructurales más amplios, sin atender a los cuales lo particular o lo individual no serían explicados satisfactoriamente. Esta visión de conjunto les permitió librarse de las acechanzas de los positivismos fáciles que, so pretexto de cientificidad, terminan por aceptar lo dado como un hecho definitivo, respecto del cual lo único importante es su constatación. Sabían de muchas cosas y sabían bien, es decir, con rigor y profundidad. Este saber amplio y fundamentado les ayudó a comprender que la realidad está constituida por procesos y dinamismos estructurales, no por hechos aislados y desconectados entre sí.


Vistos como académicos, los jesuitas asesinados no han sido superados, ni en su capacidad analítica ni en su contribución a la comprensión de la realidad salvadoreña. Ellacuría, Martín-Baró y Montes enseñan un modo de ser académico preferible —por contribuir a una mejor aproximación a la realidad histórica, psicológica y sociológica—, a los chatos cientificismos y positivismos en boga, cuya incapacidad para la mirada de conjunto y de largo plazo, así como su condescendencia con lo establecido, los convierten en presas fáciles de las acechanzas del poder económico y político.


II. Su legado cultural-simbólico. Además de académicos, los mártires de la UCA fueron creadores de cultura, en el sentido amplio del término, es decir, creadores de valores y símbolos que, desde la universidad, se irradiaron hacia el conjunto de la sociedad. El eje aglutinante de esos valores y símbolos fue, sin duda, la apuesta por lo humano. No lo humano visto desde cualquier lado, sino visto desde donde lo humano era mancillado y negado: los más pobres y desprotegidos o, en palabras de Ellacuría, las mayorías populares. La obra cultural de los mártires de la UCA fue expresión de un humanismo radical, pero no en el sentido de los ateísmos de cuño feuerbachiano o marxista, sino en el sentido de un compromiso con la restitución de la calidad humana de aquellos que habían sido privados de ella. En el universo simbólico construido por los jesuitas asesinados, la humanidad de quienes han sido deshumanizados ocupa un lugar axial, como supuesto antropológico y como horizonte de acción científica. En torno a este “principio de humanidad” se articulan un conjunto de valores y símbolos que trascienden lo meramente científico, en tanto que apuntan a una forma de vida orientada por la solidaridad, la defensa del bien común y la lucha por la justicia.


Eran conscientes de que la apuesta por la solidaridad, el bien común y la justicia suponía un compromiso con la verdad, la cual debía ser buscada y proclamada por todos los medios posibles. Si buscar y proclamar la verdad introducía unos referentes culturales inéditos en una sociedad acostumbrada a la mentira y a la manipulación, la honestidad que acompañaba esos esfuerzos desafiaba los comportamientos ambiguos y oportunistas propios de una elite intelectual acostumbrada a jugar con los argumentos en provecho propio. En la actualidad, la búsqueda y la proclamación de la verdad –la verdad de la pobreza y marginación, de la violencia, de la corrupción y la impunidad— no es, como en el pasado, tarea fácil. La mentira y la manipulación gobiernan las conciencias de buena parte de los salvadoreños; los mecanismos de poder se han afinado y, por la vía del chantaje o la dádiva, tienen la capacidad de apagar a las voces más críticas.


Sin embargo, lo que más se extraña es la honestidad intelectual, de la cual los jesuitas asesinados dieron muestra ejemplar. No hay que engañarse: la honestidad intelectual siempre ha sido un bien escaso en El Salvador. El problema es que en la actualidad se trata de un bien que, además de escaso, se ha devaluado. Las conversiones ideológico-políticas, la presunta neutralidad cientificista y tecnocrática, la charlatanería y la verborrea, el oportunismo y pragmatismo, la ambición de enriquecimiento de no pocos intelectuales...


Todo ello ha contribuido a que la honestidad intelectual (y política) sea vista como una opción propia de fracasados y perdedores, como algo que, lejos de ser un factor de prestigio, obliga a hablar en voz baja y con temor, no vaya a ser que los “triunfadores” se mofen de quien osa defender un estilo de vida y unos valores distintos a los del éxito y el enriquecimiento fácil.


En resumen, el legado cultural-simbólico de los jesuitas asesinados consiste en haber enseñado un estilo de vida, un modo de ser, anclado en el respeto a la dignidad de los más débiles, la solidaridad con ellos, el compromiso honesto con sus sueños, luchas y demandas de justicia. Obviamente, se trata de un modo de ser opuesto al actualmente imperante, en el cual el desprecio a los débiles, el abuso, la prepotencia y el afán de sobrevivir (sobresalir) individualmente son la norma. En su tiempo, los mártires de la UCA tuvieron que ir a contracorriente de unos valores semejantes; rendir homenaje a su memoria supone hacerse cargo del estilo de vida que ellos lanzan como un desafío ineludible a quienes están dispuestos a poner su mejor empeño en construir una sociedad más humana, solidaria y justa en El Salvador.


III. Su legado ético-moral. Como ya vimos, los mártires de la UCA han dejado un legado académico y cultural nada despreciable. Pero, más allá de eso, hay un legado ético-moral que es el que, en definitiva, da sentido tanto a su dimensión académica como a su dimensión de gestores de unos valores y símbolos culturales novedosos. Este legado ético-moral no parte de si ellos eran buenos o si llevaban una vida recta, tal como usualmente se suele juzgar desde criterios morales a la personas. Obviamente, en muchos sentidos eran buenas personas y llevaban una vida recta, aunque también pudieron haber hecho cosas que, a los ojos de los rigoristas de la moral, desdijeran de esa bondad y esa rectitud. Con todo, su talante ético-moral debe ser establecido desde lo bueno que buscaron para la sociedad salvadoreña y el modo cómo se enfrentaron a lo malo de ella. Su búsqueda de lo bueno para El Salvador pasaba por lo que fuera bueno para sus mayorías empobrecidas; estas no sólo eran golpeadas por la pobreza, sino también por la injusticia, las violaciones a sus derechos humanos fundamentales y la exclusión política. Para ellos, lo malo del país –la pobreza, la marginalidad, la violencia y la exclusión—tenía raíces estructurales; era un mal estructural.


De lo que se trataba era de erradicar ese mal estructural y sus manifestaciones concretas. En su lugar, se tenía que construir una sociedad mejor, donde el bien de las mayorías –expresado en justicia, solidaridad, inclusión y respeto a la dignidad de los más pobres— fuera el principio articulador de la realidad social. Desde esta perspectiva, los jesuitas asesinados fueron hombres plenamente ético-morales: pusieron su mejor empeño y energías en orden a defender lo bueno y lo justo para las mayorías populares salvadoreñas.


¿Cómo lo hicieron? Lo hicieron con entrega personal, radicalidad y valentía. No son pocos los testimonios que dan cuenta de la dedicación, desvelos y cansancio cotidianos de los mártires de la UCA, en esta su tarea de contribuir a erradicar los males estructurales de El Salvador. De su radicalidad dan fe sus análisis y reflexiones teóricas, así como sus pronunciamientos públicos. No transigieron con la injusticia, la exclusión y la violencia. Se esforzaron por dar cuenta de la raíces más hondas de los problemas del país y propusieron soluciones que atacaran esas raíces. Los ataques de los poderosos fueron constantes; pero ellos no se amilanaron, al contrario, con valentía encararon a sus detractores, haciéndoles ver lo absurdo e irracional de sus posturas.


Tras estos absurdos e irracionalidades había ciertamente mucho de maldad. A esta maldad los mártires de la UCA respondieron con la razón, con la convicción, muy propia de ellos, de que esta última tenía la capacidad no sólo de desentrañar los resortes del mal, sino de hacerles frente y desarticularlos. Su asesinato, en la madrugada del 16 de noviembre de 1989, puso de manifiesto que la razón no es suficiente para contener las embestidas del mal, que el mismo puede, contra toda razón y toda bondad, imponer sus fueros y cobrarse con sangre cualquier desafío a su predominio. Pero, en contra de las intenciones de sus asesinos, la muerte de los jesuitas de la UCA los ha convertido en un referente moral imperecedero para quienes sueñan con una sociedad más justa y solidaria en El Salvador. Con los mártires de la UCA, al igual que sucedió con Monseñor Romero, la maldad de sus asesinos y de quienes los alentaron y fueron sus cómplices no tuvo la última palabra, porque su muerte les dio una estatura moral que estos últimos nunca tendrán.
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Texto de la conferencia dictada por el autor en la Sede Central de la Escuela Superior de Maestros (Santa Tecla, La Libertad), el 19 de noviembre de 2011.

lunes, noviembre 28, 2011

EL SALVADOR: CRISIS EN LA EDUCACIÓN


Eso que llaman Sistema Educativo Nacional que nunca alcanza el 7.0 de calificación en la PAES

Autor: Dr. Pedro Ticas.
www.drpedroticas.es.tl


Sin duda que el problema de la educación y sus resultados en todas sus expresiones tiene orígenes de orden estructural del estado salvadoreño. Las serias deficiencias formativas en materia de conocimiento, la carencia de una política educativa nacional que oriente y determine el rumbo de este país en virtud del conocimiento y desde luego, la endeble y frágil semiestructura de la organización académica en sus aspectos cognitivos y de infraestructura constituyen apenas algunas de las expresiones de la deuda histórica con la esta educación nacional sustentada en el INSTRUCCIONISMO y muy alejada del SABER y la producción científica.

En ese contexto los diminutos instrumentos evaluativos sobre la eficiencia y nivel educativo nacional tales como la PAES, apenas recogen la masiva expresión de prácticas educativas deficientes, desarticuladas, incongruentes y por demás insuficientes para sacar a este país del nivel de analfabetismo funcional y curricular en el que se encuentra desde toda su historia y particularmente desde hace 15 años de aplicación de la prueba PAES. De nueva cuenta los resultados de dicha prueba evidencian el desinterés, rechazo y displicencia del estado político salvadoreño por la educación con calidad, conocimiento y ciencia, quizás por ello, tal como sucede todos los años con la emergencia nacional por las lluvias, el problema de la baja calificación obtenida en la PAES queda como siempre en superficiales reflexiones de unos días para ser olvidadas en la siguiente semana. En realidad, después de quince años de aplicación de la prueba, se habrán formado al menos tres generaciones de nuevos profesionistas que ingresaron a la educación superior con las serias deficiencias académicas y formativas no sólo desde su educación media sino desde su infancia.

El diseño asistémico del Instrumento utilizado en la PAES.
El problema del instrumento utilizado requiere al menos de dos precisiones concretas. La primera precisión consiste en el diseño del instrumento mismo. Su desarticulación y desorientación teórica-metodológica sin estructura sistémica, genera sin duda la desafortunada confusión de orden conceptual, técnico y práctico. Los ítems o indicadores definidos en el instrumento reflejan un marco predominantemente reflexivo, instructivo e imbrico. Dicha condición tiene como origen la misma estructura educativa salvadoreña sustentada en la inmediatez, la eventualidad y el instruccionismo. Histórica y actualmente, este país ha sido sujeto de cientos de experimentos educativos de buena cantidad de organismos internacionales que al amparo del poder financiero han impuesto modelos de enseñanza experimentales a la usanza del modelo ideológico positivista que pregona y sobrepone el HACER sobre el SABER, es decir, el empirismo lacónico que proporciona más información pero poco conocimiento fundamentado en el cumplimiento curricular de una enorme masa de lo que llaman Contenidos pero que en realidad únicamente constituyen temas de observación y reflexión , por ello la preocupación de los Docentes por cumplir con todas las unidades de estudio adquiere prioridad sin importar que dichos temas nunca llegan a profundizarse y estudiarse en su justa dimensión, contrastación y proceso de raciocinio epistemológico. Este tipo de educación mecanizada instructivista conduce a las constantes deficiencias del conocimiento científico y especializado. El resultado absoluto de dicho modelo educativo presupone ser superado a través de lo que denominan “capacitaciones” en las que este país lleva más de 30 años sin avance alguno, más bien, todo indica lo contrario. Esto último, conduce a la Segunda precisión referida a la situación de los estudiantes incluyendo a los de educación superior quienes concluyen que lo aprendido en los salones de clases no sirve para su vida cotidiana y que una cosa es la teoría y otra la práctica. Ciertamente dicha confusión metodológica constituye el resultado de ese empirismo instructivista educativo en el cual el estudiante aprende a resolver lo inmediato sin prenoción de su entorno, de su medio, sin vinculación y articulación con lo otro, por ello, así como sucede en todas las esferas de su vida personal, familiar y profesional, los sujetos no logran intervincular, articular o establecer conexiones entre lo teórico y lo práctico, entre las ideas y la realidad, entre el conocimiento y la acción. En esas circunstancias la construcción de su mundo se reduce al diminuto espacio en el que se desarrolla sin importar lo externo y por tanto, no logra establecer las debidas correlaciones entre los hechos y sus causas, condición sine qua non propia de la experimentación evolutiva y el empirismo. Precisamente a propósito de las formas que el empirismo salvadoreño adopta, las que en realidad ni siquiera llegan a constituirse en elementos propios de ese pensamiento ya que se quedan en simples practicas espontáneas del raciocinio, conviene recordar los tres tipos de empirismo existentes que el pensamiento educativo nacional pregona pero que desconoce: Primero, el empirismo positivista que consiste en la materialización de los sistemas teóricos generales de tipo lógico de la mecánica clásica; Segundo, el empirismo particularista que sostiene que el único saber objetivo es el de los detalles de las cosas y de los sucesos concretos y finalmente el empirismo intuicionista que permite un elemento conceptual en la ciencia social pero solo puede ser de carácter individualizador1 .

La noción de Educación.
Pensar la Educación requiere de la más amplia elaboración histórica de los hechos que la conforman desde el conocimiento como su principal cometido hasta sus incidencias, interacciones e intervinculaciones con la totalidad de la producción intelectual y material. La educación resulta de los procesos acumulativos que las sociedades construyen durante sus distintas etapas de formación, desarrollo y transformación, en tal caso, el pensamiento se transforma de acuerdo a las exigencias y formas de producir el mundo, aunque desde luego, de acuerdo a las circunstancias propias de cada sociedad, las formas de producir el mundo varían de acuerdo a sus propias condiciones. En tal sentido, un Sistema Educativo no resulta únicamente de la decisión administrativa de implementar una Política Pública, más bien, es el resultado del proceso histórico, filosófico, académico y técnico que supera la superficialidad del ejercicio del conocimiento convirtiendo el saber en ciencia y el mismo pensamiento en verdadero desarrollo y progreso, es decir, la Educación se establece a partir de cometidos históricos, culturales, económicos y sociales que construyen una nación en función de su propio devenir2 .
Discutir y Pensar sobre la Educación Nacional exige un sinnúmero de consideraciones de orden histórico e historicista (cronológico) pero fundamentalmente, de incorporar al debate a todos y cada uno de aquellos que han participado en la construcción teórica, pedagógica y metodológica de múltiples métodos, formas, técnicas y modelos de enseñanza escolar en las cuales sus aportes intelectuales han incidido tanto en la formación académica como cultural. Sin duda que discutir sobre la problemática educativa nacional tanto en sus alcances y limitaciones demandaría mucho más tiempo e investigación, la misma disimilitud de sus variables históricas harían imposible un recuento acabado y exacto de la historia educativa salvadoreña, sin embargo, resulta importante e imperativo observar la Educación desde el pensamiento universitario que debido a su exclusión, muy poco ha producido en la organización escolarizada de la nación. Pese a esta condición histórica, este siglo XXI exige nuevas demandas, modernos procesos de integración de las particularidades e identidades étnicas, económicas, educativas, tecnológicas, académicas y humanas internas y externas para cada nación. Los pequeños mundos creados y fomentados durante los siglos anteriores deben comprenderse como el pasado oscurantista de las asimetrías históricas de los estados, por ello, la responsabilidad y el compromiso histórico del pensamiento universitario debe dejar de ser isleta y convertirse en producción intelectual constante, integradora, forjadora de conocimiento, progreso y ciencia. Definimos como particularidades e identidades a todas las formas de expresión institucional, cultural, económica, social, grupal e individual manifiestas en cualquiera de las formas de la actividad humana simple y compleja.3  Hoy, sincrónicamente con la historia de las sociedades, las nuevas formas de presencia de estas identidades requieren del desarrollo de sus principales elementos, de aquellos que las conforman, agrupan y reproducen, de manera que el todo social se articule funcionalmente. En este siglo, pensar la identidad filosófica-educativa de una sociedad significa la interacción intra e inter-sistémica institucional. Las identidades de hoy ya no son las identidades cerradas de los micromundos de los siglos anteriores, por ello, debemos comprender que sólo el fortalecimiento interno de las sociedades, especialmente de las dependientes y subordinadas como la salvadoreña, posibilitará el mejor intercambio con otras identidades, de lo contrario sus posibilidades de existir y posteriormente ocupar un lugar en la mega etnicidad se limitarán hasta su propia reducción.
El tema educativo requiere mejores y nuevas formas de discusión y estructuración teórica, epistemológica, histórica, filosófica y metodológica, todas ellas, en función de la responsabilidad social vista más allá de las contemplaciones ecológicas, naturalistas o de su cometido social; la buena educación implica elevar la calidad del conocimiento científico y académico, fortalecer la identidad, el nacionalismo, desarrollo, progreso y la competitividad internacional de ese conocimiento expresado en cualquiera de sus formas. Para lograr este cometido se requiere imperativamente de conceptualizar, diseñar y ejecutar una política educativa institucional fundamentada en una misma categoría que se interrelaciona, intervincula e interactúa con el resto de categorías y conceptos que conforman el quehacer educativo, esto es el METODO. Sin duda que en su forma (información, conocimiento) la educación varía de acuerdo a los tiempos y espacios, pero en su contenido (Método) se constituye su propia identidad teórica, filosófica, epistemológica, técnica y metodológica, eso hace la diferencia entre el HACER y el SABER, entre hacer ciencia y producir ciencia, entre enseñar y educar. Se trata de un proceso de ascensión de lo abstracto a lo concreto, es decir, de la transformación de las ideas mediante la intervención de la realidad y viceversa, un proceso de superación del conocimiento mediante su propia transformación, su propia realización. Proponer el Método significa su observancia epistemológica, la ruptura de sus interpretaciones, la formulación de nuevas particularidades cognitivas, técnicas y metodológicas y la verificación y atribución de su propio modelo (paradigma)4 . La observancia epistemológica implica acercarse, conocer, vigilar y controlar la aplicación de las formas técnicas y metodológicas utilizadas para enseñar, aprehender y educar. La observación constante aporta múltiples indicadores para el ejercicio humano de educar, con ellos, se conforman diversas categorías claves para el sistema que permite la conexión entre el saber y el hacer, de manera que entre las figuras del emisor y receptor media el Método, es decir que la información que el emisor proporciona puede ser controlada (entendida) por el receptor de acuerdo al proceso epistemológico que se emplee. Todos los receptores (estudiantes) reciben la misma información pero cada uno la interpretará (significado) de manera distinta, esa diferencia es obra del Método. Por su parte, la ruptura de sus interpretaciones refiere la Unidad y transformación de las mismas a partir de propuestas adherentes a la realidad cambiante pero a su vez constante en el conocimiento de tal suerte que los modelos expresen su consistencia epistémica, técnica y metodológica para que su accionar empírico trascienda la especulación teórica y alcance la designación de lo objetivado. Resuelto el tema de la ruptura, las particularidades adquieren una función técnica-metodológica singular a las múltiples formas de enseñar con el preciso objetivo de educar en el saber. Sin duda que formular nuevas particularidades comprende la constante verificación y atribución de modelos propios sincrónicos con disímiles realidades. Pensar y hacer educación en la heterogeneidad histórica, económica y cultural de las pluralidades étnicas, exige la más amplia contrastación entre teoría y realidad, entre pensamiento y realización de ese pensamiento, el cual, sin menester de su diversidad, debe lograr la unicidad de sus razones colectivas y la multiplicidad de sus funciones.
En definitiva, el problema del conocimiento en la educación nacional no depende de las lluvias, temporales, plagas, vientos, rotavirus y otros tantos que siempre se usan como excusa, el problema real se explica en una sociedad que dice estar en el siglo XXI pero que aún no posee una Política Educativa Nacional, el problema real consiste en la admisión de cantidades de experimentaciones en la enseñanza, en la fragilidad y desinterés del estado político, en la dependencia y falta de producción propia, en síntesis, la calificación de 4.8 de la PAES no refleja la evaluación a los estudiantes sino a eso que llaman Sistema Educativo Nacional que en esencia no existe.

 1 Parsons, Talcott, Teoría sociológica clásica, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, México, 2000. Pág. 122-123
 2 Ticas, Pedro, Políticas públicas y gobernabilidad, Ed. CCC, México, 1994. Pág. 213
 3 Ticas, Pedro, Cultura y progreso: las formas sincróticas de la educación, El Día, México, 12 de julio de 1992. Pág. 11
 4 Ticas, Pedro, Ibídem.

miércoles, noviembre 23, 2011

Latinoamérica: una brillante canción infantil


Autor: Silvio Rodríguez.
(Trovador cubano).

lunes, noviembre 07, 2011

Un mundo mejor es posible


"CULTIVEMOS LA VIRTUD"

Un mensaje de:
Iniciativa para el Desarrollo Estudiantil Salvadoreño (IDES).
Proyecto Patria Literaria (PPL).

miércoles, noviembre 02, 2011

La canción de la vida profunda


Autor: Porfirio Barba Jacob.

"El hombre es cosa vana, variable y ondeante.....".
Montaigne

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar...
Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonría...
La vida es clara, undívaga y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en Abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña oscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
-¡niñez en el crepúsculo! ¡laguna de zafir!-
que un verso, un trino, un monte, un pájaro
que cruza,
¡y hasta las propias penas!, nos hacen sonreír...

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Mas hay también ¡oh Tierra! un día... un día... un día...
en que levamos anclas para jamás volver;
un día en que discurren vientos ineluctables...
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!

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