sábado, marzo 31, 2012

LA SIRENA DEL LAGO DE ILOPANGO

Foto: Lago de Ilopango.


Historias de mi pueblo. (1996).

Néstor Danilo Otero.


Hace muchos años, me contó mi abuelo, en un pueblecito de mi amada patria, llamado, Tenancingo, vivió una familia que por generaciones se había dedicado a la pesca artesanal, hasta que les acaeció una historia que los marcaría para siempre. Y fue el suceso de que Pedro, el menor de cinco hermanos, todos pescadores, había desaparecido en las mansas aguas del Lago de Ilopango, en una noche de verano y luna llena, de una de las dos canoas, que llevaban a cabo la pesca. La distancia entre las canoas era apenas de diez metros, cuando en un abrir y cerrar los ojos, sus hermanos, lo perdieron de vista. Era como si el lago se lo hubiera tragado. Al día siguiente, fueron en vanas todas las búsquedas, por lo que el cuerpo de Pedro, no apareció ni vivo ni muerto por ningún lado. Todo el pueblo, lo daba por fallecido. Siendo una población muy religiosa, no faltaron los rezos, las misas, y la respectiva cruz, en el cementerio municipal. - ¿Cómo pudo ser posible?, cuestionaban los familiares y amigos, entre sollozos y lamentos. Una vez pasado el verano, apareció Pedro, sin avisar como agua de mayo. Antes de llegar a su casa, prefirió pasar al rancho de su gran "chero", Felipe. Pasada la admiración de Felipe, éste, lo puso al tanto a Pedro, y le contó que todo Tenancingo, lo daba por ahogado. Después de tomar unos sorbos de café, Pedro empezó a contarle a Felipe todo lo ocurrido, no sin antes pedirle de favor de que le guardara este buen secreto: - Mira, lo que me pasó en el lago de Ilopango, fue algo muy raro, vos bien sabes de que a mí no me gusta echarme los "tragos"...bien sabes que soy un hombre serio.



- Fíjate de que me fui "chuco”, pues, yo miraba que una silueta se movía en el agua. Se trataba de una "cipota" que me llamaba con sus dos manos alzadas, como pidiéndome ayuda. Vos vieras, ¡qué "chula" estaba la jodida!



- ¡Achís!, ¿qué no era la ziguanaba?... Contame, ¿cómo era ella?



- Mira, era rubia, y su cabello color de trigo se le dejaba caer hasta los pechos. Sus ojos azules, reflejo del lago, tenían una mirada hermosamente angelical. Su boca dibujaba un amor. Podría comparar toda su hermosura con la luz de la luna. En lo que traté de acercármele para ayudarla, me jaló, y de un solo envite perdí el sentido. Cuando desperté, estaba atado con unas cadenas, a tres pasos ella, mirándome con gran ternura, en lo que me hacía señas para que comiera. Me hablaba muy fuerte con su pensamiento. Aquél lugar, donde aparecí, era un palacio, recubierto de fino oro. El piso era de exclusiva cerámica. Había servidumbre. Se escuchaban canciones revestidas de dulzura y todos los días se comía pescado. Fue en ese lugar que reparé que la "cherita" tenía cola de pez. Era mitad mujer, mitad pez. De verdad, ¡cosa muy rara!



- Entonces, se trataba de la sirena…



- ¿Sirena, decís?



- Sí, la sirena del Lago de Ilopango.



- Pueda ser...cada segundo, en el palacio de aquella dama, se hinchaba hasta durar una eternidad.



- Y... ¿cómo fue que saliste de ese lugar?



- Fíjate que una de las sirvientas de la dizque sirena me ayudó a salir. Me preguntó si me quería ir, a lo que le contesté que sí. Me dijo además, de que me iba ayudar a salir, pero con la condición de que no contara nada a nadie de lo que había visto, porque sino moriría a los siguientes tres meses de contarlo.



- ¡Ja, ja, ja!, ¿cómo así?



- ¡Así me dijo la condenada!



Aprovechamos un instante en lo que la sirena dormía. La sirvienta me enseñó una escalera que estaba escondida y me dijo que no hiciera ruido, para no despertar a su patrona. Cuando llegué a la cima del palacio, fue como si pasara de una dimensión a otra. Al ratito ya estaba en la superficie, pidiendo auxilio en la Isla de los Patos. Unos pescadores de turno me rescataron.



***
Pedro regresó a casa, con la compañía de Felipe, quien le ayudó a explicarles a su madre y hermanos, lo que había ocurrido. ¡Claro!, ayudándole a decir, medias verdades, medias mentiras, a fin de procurarle el secreto a Pedro. Sin embargo, a los pocos días, el secreto de Pedro, era el secreto de todo el pueblo de Tenancingo, porque este se transmitió de confianza en confianza, entre amigos y familiares. Curiosamente, Pedro H., murió en aquel pueblo, de una desconocida enfermedad, exactamente a los tres meses de haber llegado a su tierra natal y de haber contado su instancia en el palacio de la sirena del Lago de Ilopango. ¿Veraz o no esta historia?...lo más importante es que forma parte de las historias de mi pueblo.

viernes, marzo 30, 2012

LA BOTIJA


Cuentos de Barro.
Autor: Salarrué.


José Pashaca era un cuerpo tirado en un cuero; el cuero era un cuero tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en una ladera. Petrona Pulunto era la nana de aquella boca:
-¡Hijo: abrí los ojos, ya hasta la color de qué los tenes se me olvidó!.... José Pashaca pujaba, y a lo mucho encogía la pata.
-¿Qué quiere mamá?.
-¡Qués necesario que te oficiés en algo, ya tás indio entero!
-¡Agüen!....Algo se regeneró el holgazán: de dormir pasó a estar triste, bostezando.
Un día entró Ulogio Isho con un cuenterete. Era un como sapo de piedra, que se había hallado arando. Tenía el sapo un collar de pelotitas y tres hoyos: uno en la boca y dos en los ojos.
-¡Qué feyo este baboso!- llegó diciendo. Se carcajeaba, meramente el tuerto Cande!....Y lo dejó, para que jugaran los cipotes de la María Elena. Pero a los dos días llegó el anciano Bashuto, y en viendo el sapo dijo:
-Estas cositas son obras donantes, de los agüelos de nosotros. En las aradas se encuentran catizumbadas. También se hallan botijas llenas dioro.....
José Pashacase dignó arrugar el pellejo que tenía entre los ojos, allí donde los demás llevan la frente.
-¿Cómo es eso, ño Bashuto?.... Bashuto se desprendió del puro, y tiró por un lado una escupida grande como un caite, y así sonora.
-Cuestiones de la suerte, hombré. Vos vas arando y ¡plosh!, de repente pegas en la huaca´, y yastuvo; tihacés de plata.
-¡Achís!, ¿en veras, ño Bashuto?
-¡Comolóis!.
Bashuto se prendió al puro con toda la fuerza de sus arrugas, y se fue en humo. Enseguiditas contó mil hallazgos de botijas, todos los cuales "el bía prisenciado con estos ojos". Cuando se fue, se fue sin darse cuenta de que, de lo dicho, dejaba las cáscaras. Como en esos días se murió la Petrona Pulunto, José levantó la boca y la llevó caminando por la vecindad, sin resultados nutritivos. Comió majonchos robados, y se decidió a buscar botijas. Para ello, se puso a la cola de un arado y empujó. Tras la reja iban arando sus ojos. Y así fue como José Pashaca llegó a ser el indio más holgazán y a la vez el más laborioso de todos los del lugar. Trabajaba sin trabajar -por lo menos sin darse cuenta- y trabajaba tanto, que a las horas coloradas le hallaban siempre sudoroso, con la mano en la mancera y los ojos en el surco. Piojo de las lomas, caspeaba ávido la tierra negra, siempre mirando al suelo con tanta atención, que parecía como si entre los borbollos de tierra hubiera ido dejando sembrada el alma. Pa que nacieran perezas; porque eso sí, Pashaca se sabía el indio más sin oficio del valle. Él no trabajaba. Él buscaba las botijas llenas de bambas doradas, que hacen "¡plocosh" cuando la reja las topa, y vomitan plata y oro, como el agua del charco cuando el sol comienza a ispiar detrás de lo del ductor Martínez, que son los llanos que topan el cielo.
Tan grande como él se hacía, así se hacía de grande su obsesión. La ambición más que el hambre, le había parado del cuerpo y lo había empujado a las laderas de los cerros; donde aró, aró, desde la gritería de los gallos que se tragan las estrellas, hasta la hora en que el güas ronco y lúgubre, parado en los ganchos de la ceiba, puya el silencio con sus gritos destemplados. Pashaca se peleaba las lomas. El patrón, que se asombraba del milagro que hiciera de José el más laborioso colono, dábale con gusto y sin medida luengas tierras, que el indio soñador de tesoros rascaba con el ojo presto a dar aviso en el corazón, para que este cayera sobre la botija como un trapo de amor y ocultamiento. Y Pashaca sembraba, por fuerza, porque el patrón exigía los censos. Por fuerza también tenía Pashaca que cosechar, y por fuerza que cobrar el grano abundante de su cosecha, cuyo producto iba guardando despreocupadamente en un hoyo del rancho por siacaso. Ninguno de los colonos se sentía con hígado suficiente para llevar a cabo una labor como la de José. "Es el hombre de Jierro", decían; "ende que le entró a saber qué, se propuso hacer pisto. Ya tendrá una buena huaca...." Pero José Pashaca no se daba cuenta de qué, en realidad, tenía huaca. Lo que él buscaba sin desmayo era una botija, y siendo como se decía que las enterraban en las aradas, allí por fuerza la incontraría tarde o temprano. Se había hecho no sólo trabajador, al ver de los vecinos, sino hasta generoso. En cuanto tenía un día de no poder arar, por no tener tierra cedida, les ayudaba a los otros, les mandaba descansar y se quedaba arando por ellos. Y lo hacía bien: los surcos de su reja iban siempre pegaditos, chachadas y projundos, que daban gusto.
-¡Onde te metés babosada. Pensaba el indio sin darse por vencido.
-Y tei de topar, aunque no querrás, así mihaya de tronchar en los surcos.
Y así fue; no del encuentro, sino lo de la tronchada. Un día, a la hora en que se verdeya el cielo y en que los ríos se hacen rayas blancas en los llanos, José Pashaca se dió cuenta de que ya no había botijas. Se lo avisó un desmayo con calenturas; se dobló en la mancera; los bueyes se fueron parando, como si la reja se hubiera enredado en el raizal de la sombra. Los hallazgos negros, contra el cielo claro, voltiando a ver el indio embruecado y resollando el viento oscuro. José Pashaca se puso malo. No quiso que naide lo cuidara. "Dende que bía finado la Petrona, vivía íngrimo en su rancho".
Una noche, haciendo juerzas de tripa, salió sigiloso llevando, en un cántaro viejo, su huaca. Se agachaba detrás de los matochos cuando óiba ruidos, y así se estuvo haciendo un hoyo con la cuma. se quejaba a ratos, rendido, pero luego seguía con bríos su tarea. Metió en el hoyo el cántaro, lo tapó, bien tapado, borró todo rastro de tierra removida y alzando sus brazos de bejuco hacia las estrellas, dejó liadas en un suspiro estas palabras:
-"¡Vaya; pa que no se diga que ya nuai botijas en las aradas!"...

lunes, marzo 26, 2012

SONETO ÍNTIMO A SIMÓN BOLÍVAR


Simón Bolívar. Libertador de América.

Autor: Oswaldo Escobar Velado.


Bolívar, te regalo mi camisa

y te invito a mi mesa de hombre triste,

mesa sin pan, sin lámpara y sin risa

nacida del dolor que tú sentiste.



En esta casa ajena ya no hay brisa

y hasta el dorado sol casi no existe;

y aquí en mi patria amarga sin sonrisa

estoy en el exilio que tuviste.



Pero tengo esperanza de que vengas,

que nuestra justa lucha la sostengas

para llenar al hombre de alegrías.



Entonces en la Patria que soñamos

todos los que luchando te esperamos

te veremos nacer todos los días.

viernes, marzo 23, 2012

San Romero de América vive


Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez.

“Es inconcebible que se diga a alguien «cristiano» y no tome como Cristo una opción preferencial por los pobres”, palabras de Monseñor, en su homilía del 9 de septiembre de 1979.

jueves, marzo 22, 2012

Creo en la Patria...

"Creo en la Patria,
que debemos construir todos los días,
con más libros y medicinas,
con más trigo y soberanía".


Néstor Danilo Otero.
Soyapango, Diciembre 2006.

martes, marzo 20, 2012

Anastasio Aquino


Anastasio Aquino. Héroe Nacional de El Salvador, Rey de los Nonualcos.

Pedro Geoffroy Rivas.
Obras: "Canciones en el viento"; "Patria"; "Yucuilcat"; "Los Nietos del Jaguar", entre otras.

Todavía es ajena la tierra en que reposas
viejo abuelo de piedra. Tu raza indestructible
todavía se afana bajo el yugo. Imposible
es el grito que duras gargantas presurosas,

bajo el amargo signo del trópico impasible,
aprientan como gajo lacerante de rosas.
Se curvan las espaldas, sangrantes, dolorosas,
surcadas por las huellas del látigo terrible.

Ya no duermas abuelo. Vencedor de la muerte,
alza tu voz antigua, consoladora y fuerte,
y que otra vez se escuche tu gran grito de guerra.

Erguida para siempre, alta en el sol la frente,
repetirá tu raza de levante a poniente
el eco milenario de “Tierra, Tierra, Tierra”.

lunes, marzo 19, 2012

Machín Tantécut


Foto: Bosque de Montecristo, Metapán.

Adolfo Herrera Vega.

Según creencias indígenas, Machin Tantécut era una mujer muy vieja que tenía la maldición de poseer la cabeza ponzoñosa. Vivía sola en la espesura de las selvas y sin lugar fijo. Erraba como el norte. Cuando pasaba por algún lugar, los animales que ya estaban conformados, huían por temor a que los desfigurara con la ponzoña que despedía y transmitía al verla.
Por las noches este ser maligno dejaba abandonado el cuerpo en cualquier lugar del bosque mientras a la cabeza (cabeza en náhuate se traduce por Tecu, término que aparecerá en los nombres indígenas y que subrayaremos) le salían dos grandes alas convirtiéndose en Arbolaria. Una noche, Tachicu que tenía por misión proteger a los animales, encontró el cuerpo de Machin Tantécut y para que la cabeza no pudiera soldarse a éste, lo bañó de rescoldo. Al regresar en la madrugada la cabeza voladora no pudo reincorporarse por lo que se puso a llorar noche tras noche colgada de una rama de un árbol. Al perder toda esperanza, para siempre se echó a volar en las sombras de la noche chillando de dolor. Transcurridos los años el cielo se pobló de murciélagos que tienen de castigo dormir con la cabeza hacia abajo.
Luego de operada la transmutación, Tanchicu cogió el cuerpo de Machin Tantécut y lo fue a enterrar en el fondo de un barranco. Con los días, en este sitio nació un arbolito de jícara que al desarrollar, dio frutos como cabezas colgantes. Entre éstos, uno que se había nutrido de las maldades de Arbolaria y para que no regara las semillas de la tierra y nacieran animales de organismo confundido, Tanchicu escogió a Nagualán que era muy fuerte, para que fuera a tirar la calabaza bien adentro del mar, no sin antes advertirle que por ningún motivo debía abrirla. Al llegar Nagualán a la playa, sintió tentación para saber del contenido de la jícara y procedió a abrirla. Su sorpresa fue mucha cuando varias semillas salieron volando.
Afligido cogió un bejuco de Sinácat (nácat, carne) y ciñó por mitad la jícara originando al Tecúmat (jícara con cabeza). Luego Nagualán la lanzó al mar, pero como ya las semillas se habían regado, en la costa nacieron animales sin cabeza como el Tecuise (cangrejo) y otros muy horribles con la cabeza bien pegada al cuerpo como el sapo (tecanat, terrón de carna que salta).
Mientras, en el mar brotaron animales arrevesados; caras bonitas con cuerpo de culebra como la pilzincúat (niña con cuerpo de culebra) que al ser sorprendida nadando, se cubre la cara con espuma por pena de su cuerpo (sirena) y torzales de raíces con cabeza que saben caminar en el agua (pulpo).
Todo esto sucedió en los días en que la tierra y los mares se poblaban de animales, por lo cual Machín Tantécut engendró criaturas desfiguradas en las costas y en el mar.
***

domingo, marzo 18, 2012

El elogio del silencio


Alberto Masferrer.
Obras: "El Mínimum Vital"; "Una Vida en el Cine"; "Las Siete Cuerdas de la Lira"; "Leer y Escribir", entre otras.


Silencio es recordar que toda palabra tiene un hoy y un mañana; es decir; un valor de momento y un alcance futuro incalculable.

Silencio es recordar que el valor de la palabra que pronuncio no tanto viene de su propia significación ni de la intención que yo le imprimo, cuánto de la manera con que la comprende quién la oye.

Silencio es reconocer que los conflictos se resuelven mejor callando que hablando, y que el tiempo influye más en ellos que las palabras.

Silencio es reprimir la injuria que iba a escapársenos, y olvidar la que nos infirieron.

Silencio es recordar que si hubiera diferido una hora sola mi juicio sobre tal persona o suceso, en esa hora pudo llegar un dato nuevo, que hiciera variar aquél juicio temerario y cruel.

Silencio es recordar que el simple hecho de repetir lo que otros dicen, es formar la avalancha que luego arrastra la reputación y la tranquilidad de los demás.

Silencio es no quejarse, para no aumentar las penas de los otros.

Silencio es decir HICE, en vez de HARÉ.

Silencio es recordar que la palabra al pronunciarla, se lleva una parte de la energía necesaria para realizar la idea que aquélla encarna.

Silencio es no exponer la idea o el plan a medio concebir, ni leer la obra en borrador, ni dar como criatura viviente lo que es apenas un anhelo.

Silencio es la raíz y por eso sostiene.

Silencio es la savia, y por eso alimenta.

Silencio es recordar que si para nuestras cuitas y esperanzas es nuestro corazón un relicario, el corazón ajeno puede ser una plaza de feria y hasta un muladar.

Silencio es el capullo donde la oruga se cambia en mariposa y silencio es la nube donde se forma el rayo.

Silencio es concrentarse, seguir la propia órbita, hacer la propia obra, cumplir el propio designio.

Silencio es meditar, medir, pesar, aquilatar y acrisolar.

Silencio es la palabra justa, la intención recta, la promesa clara, el entusiasmo refrenado, la devoción que sabe a donde va.

Silencio es SER UNO MISMO, y no tambor que resuene bajo los dedos de la muchedumbre.

Silencio es tener un corazón de uno, un cerebro de uno, y no cambiar de sentimientos o de opinión porque así lo quieren los demás.

Silencio es hablar con DIOS antes que con los hombres, para no arrepentirse después de haber hablado.

Silencio es hablar uno calladamente con su propio dolor, y contenerlo hasta que se convierta en sonrisa, en plegaria, o en canto.

Silencio es, en fin, el reposo del sueño y el reposo de la muerte, donde todo se purifica y restaura, donde todo se iguala y perdona.

jueves, marzo 15, 2012

Sueño...

"Sueño con un pueblo (salvadoreño)
sano, altamente educado y culto".


Néstor Danilo Otero.
Soyapango, Abril 2005.

miércoles, marzo 14, 2012

Indoamérica


"Indoamérica"
Letra y música: Prof. Nelson Huezo.
Grupo Simiente. El Salvador, C.A.

sábado, marzo 10, 2012

Regalo para el niño


Oswaldo Escobar Velado.
Autor de: "Tierra azul donde el venado cruza"; "Álbol de lucha y esperanza"; "Diez sonetos para mil y más obreros"; "Patria exacta y poemas dispersos".


Te regalo una paz iluminada.
Un racimo de paz y de gorriones.
Una Holanda de mieses aromada.
Y Californias de melocotones.

Un Asia sin Corea ensangrentada.
Una Corea en flor, otra en botones.
Una América en frutos sazonada.
Y un mundo azúcar de melones,

Te regalo la paz y su flor pura.
Te regalo un clavel meditabundo
para tu blanca mano de criatura.

Y en tu sueño que tiembla estremecido
hoy te dejo la paz sobre tu mundo
de niño, por la muerte sorprendido.

viernes, marzo 09, 2012

PUEBLO


Ricardo Trigueros de León.
Obras: "Campanario"; "Nardo y Estrella"; "Presencia de la Rosa";
"Labrando en madera"; "Perfil en el aire".


Y todo sigue exactamente igual...


Era un pueblo triste en donde el sol de la tarde doraba las casas bajo cuyos aleros hacían su nido las palomas. Un viento lento movía el zacate menudo, en los tejados.
Los días parecían deslizarse con lentitud en aquel pueblo de mansas casas blancas y perros humildes echados en las puertas.
El diario llegaba a las seis de la tarde a manos de los viejos que, acercando el sillón de cuero y afianzándose los anteojos en el tercio inferior de la nariz, daban principio a la lectura.
Las viejas, cabeza de algodón, hacían calceta o remendaban las camisas.
Todo era tranquilidad en aquel reino de ventura.
Un río, allá lejos, pasaba anudando canciones entre peñas negras, bejucos y quequeishques. El río era como una olvidada sonrisa en aquel pueblo triste.
A la oración cuando caían los golpes de la campana, "El Ángel del Señor" asomaba a los labios. Y aquel susurro de místicas abejas iba extendiéndose como una ola de mansedumbre.
Paz de ojos tristes aquella del pueblo. Paz de buey cansado, de mujer viuda, de campana tardía.
Bajo la ceiba estaban las casas pobres, las gentes se movían como en sueños. Pasaban las madres con la cría en brazos -trocito de carne morena-; pasaban las cipotas de trenzas con listones de colores; pasaban las muchachas de crencha bruna y pasaban las viejas color de tabaco y los viejos de escasa barba de espuma.
Aquel pueblo era algo así como una sola familia creciendo a la sombra acogedora del tiempo.

miércoles, marzo 07, 2012

LA CITA



Sergio Ovidio García.
Autor del libro de cuentos "Tierra Negra"

Nos correspondíamos epistolarmente desde hacía como dos años, en lo referente a nuestra actividad común: La filatelía; pero no nos conocíamos personalmente.
Esperaba impaciente, cuando calculaba la fecha, encontrar su carta que siempre me deparaba sorpresas. Y cuando el período se alargaba, cual enamorado, analizaba todos los pormenores con que pudiera haberla ofendido; no encontrando la causa de tan prolongado silencio, me preocupaba...
Con tanto tiempo de escribirnos deseaba conocerla. Me hice grafólogo a mi manera, y estudiando su letra, me había hecho su retrato de cuerpo entero.
Por fin, después de mucho insistir aceptó mi propuesta de encontrarnos un día. Sería en el "Café Napolitano", a las once de la mañana; una hora concurrida para atenuar el desbordar de emociones. Llevaría yo como distintivo corbata cuadriculada, y si acaso se presentara otro igual, la tendría desanudada. A ella le pedí que fuera de blanco, empantalanoda, para resaltar su continente, tal como me la imaginaba; llevaría además gafas verdes, las que se quitaría al no más percibir mi presencia, para acentuar la distinción. Nos esperaríamos cada quien aquel sábado.
Fui el primero en llegar; todavía muchas mesas permanecían desocupadas. A los once y cinco -estaba pendiente de mi reloj- hizo su aparición, siguiendo mis indicaciones. Llegaba tal como me la había imaginado. Entró mirando a todos lados, por último a su reloj. Una mesa estaba sola y hacia allá se dirigió. En lo que el mesero le atendía me escurrí hasta la puerta de entrada. Se dio cuenta de mí, cuando le estaba pidiendo si me permitía ocupar su mesa, ya que era para cuatro. Con cierto mohín me dio su asentamiento. Pedí un café y me dediqué a deleitarlo juntamente con su presencia. La veía impaciente, examinando a cada parroquiano que entraba; su reloj se ha de haber desgastado de tanto mirarlo. Quise entablar conversación con ella, para conocer su voz, pero su estado casi nervioso no me lo permitió. A las once y media después de mirar la hora, dejó el importe de lo consumido y se marchó...Parecía disgustada.
A mi regreso, le escribí disculpándome por no haber acudido a la cita; le mentí con lo de un contratiempo inesperado. Y no podía haberlo hecho de otra manera, habiendo logrado la enorme satisfacción de conocerla, así como la presenté. Tuve la seguridad de que le habría dado una ingrata impresión; por eso no acudí con mi distintivo. Yo un viejecillo casi llegando a los ochenta; que usa gruesos anteojos baratos y además una trompetilla; cómo podría haberla impresionado agradablemente. Y para colmar la medida, las rugosas ciruelas de mis carrillos no me favorecen...¡Y ni escribo, y soy manco...!
A los días el correo me trajo una carta del exterior. Era de ella; estaba aún fuera del país. Me sobresalté vanidosamente al imaginar que mi incumplimiento había originado aquel viaje. Entre otras cosas...se disculpaba por no haber podido acudir a la cita, y no avisarme: había salido intempestivamente el viernes...

martes, marzo 06, 2012

LAS TRES PUERTAS


Foto: Cascada de Los Tercios, Suchitoto.

León Sigüenza.
Fábulas.


Ante las turbas de infernal bullicio
llamé a las puertas del Placer un día
y me espanté de ver que las abría
un Ángel con la máscara del vicio.

Me alejé de ese lúbrico edificio
y llamé al del Dolor. Pálida y fría
me recibió la cándida Ironía
que engendra todo inútil sacrificio.

Entonces, gemebundo y vacilante,
llamé a las puertas del Amor; y una
intensa y pura claridad de luna
argentó mi semblante
con aquella sencilla y penetrante
ingenuidad que me arrulló en la cuna.

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